Cuándo fue por primera vez que pude saber o nombrar lo que
sentía, es un misterio. No sé a ciencia cierta en qué momento el concepto de
tristeza o felicidad entro en mi vida. Pero si recuerdo algo, me enseñaron
desde pequeña que la rabia era mala, no debía sentirla, no debía darle espacio
ni menos dejar que los demás sufrieran con ella. Siempre fui alabada por ser
una niña modelo: limpia, de ojos verdes, tranquila, “una foto”, donde me
dejaban sentada, me quedaba. No fue hasta la adolescencia donde está rabia fue
revelándose, apareciendo, como olas en el mar, capeaba una, pero no podía
pensar que no vendrían más o que no estaría al merced de ellas, a veces soñaba
con una ola gigante, me perseguía por tierra firme, aparecía en cualquier
momento, ya no podía seguir escapando, cuando soñaba que golpeaba a alguien mi
golpes no le hacían daño, me quedaba indefensa y vulnerable.
Hoy puedo saber que el rol de niña en control, ordenada,
tranquila y calma dejo grandes huellas en mi vida de adulta, no me di cuenta hasta que me vi enfrentada a otras personas, cuándo establecí mis primeras
relaciones de pareja o con amigos, laborales, fue en ese momento que me descubrí como un
ser unidimensional, plana, a la espera de, sin autoridad en mis palabras,
siempre a la espera de no molestar a nadie. Fue difícil saber que no era
“normal” como yo esperaba ser, o que el ser buena hija me alejaría de mis
padres al sentir que me habían quitado una parte importante de mi: mi carácter en toda su dimensión.
Desde ese momento, me conecté con lo que mucho tiempo pretendí que no existía me enfrenté, grite, alegue,
dije lo que me molestaba, aprendí a decir no, supere que otros me dijeran no…
encontré el secreto de mi estabilidad: hay que navegar con buen y mal clima.
Muchos expertos han
descrito el proceso en que se desarrolla la psiquis del niños(as), al igual que
sus emociones, es un proceso lento, se adquiere una variedad de emociones en el momento que se van sintiendo y aprendiendo a dominarlas, sin censurarlas. Entiendo que a veces o muchas veces es un laberinto y un desafío para padres criados en el modelo del
autoritarismo y represor de las emociones más incomodas, tales como la rabia e
ira. Nos entrenan para reprimir y no para crecer y aprender de nosotros
mismos(as). Ese es el desafío, conectarnos con las emociones vivirlas y
sanarlas, traspasarle a nuestros hijos e hijas lo mejor de nosotras y acompañar
el camino inverso que nosotros recorrimos con nuestros padres, ese es el mejor
modo de sanar y crecer.
Colectivo MamaLuz
Carolina.
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